CRÍTICA
Juan Manuel Bonet
Extracto de crítica
¿Es una ciudad concreta la que pinta hoy María Luisa de Mendoza? Cuando su muestra de 2001, le importaban la geografía, la historia, los sitios. Hoy el proceso de elaboración de su pintura, es bien distinto. Ha eliminado todo lo superfluo. Ha esencializado su propósito. Se ha concentrado en construir visiones de unas arquitecturas, de unos espacios urbanos monumentales, desolados, de los que está totalmente ausente la figura humana...
...Paseos por la ciudad abstracta, desierta, desprovista, sí, de cualquier anécdota humana; ciudad pintada con pulcritud absoluta, con un estilo que a veces me recuerda, además de a los metafísicos, a ese “outsider” del “popart” que es el californiano Ed Ruscha en su faceta de pintor. Altísimas torres desnudas, sin ornamento alguno que entretenga la mirada, y que casi tocan el cielo, azul, gris, rojo, casi blanco, inquietantemente verdoso...
...Castillos. Casamatas. Colmenas, un poco por el lado vaporoso, por el lado, pongamos por caso, Metrópolis, de Fritz Lang, y más atrás en el tiempo, la metáfora primordial de la Torre de Babel bruegheliana. Extensísimas paredes blancas, negras, grises, rojas, delicadamente rosas… medianeras en la que se abre, allá arriba, en lo muy alto, un diminuto y solitario ventanuco… ¿Qué sueña quien desde esa celda, desde esa atalaya contempla el mundo? Escaleras –alguna de ellas verticales, algunas de ellas de emergencia- que ascienden hasta pequeños balcones como de monasterio tibetano, con leves barandillas metálicas. Tres terrazas cúbicas. Más terrazas. Pasarelas desde las que sentir vértigo. Estructuras tubulares. Depósitos cilíndricos, vagamente evocadores de los del Nueva York antañón, que hoy inevitablemente asociamos con el nombre de Edward Hopper, otra referencia importante para entender este universo en calma...
Cielos perdidos, sí, a los que esta pintora otorga siempre un gran protagonismo. Protagonistas también, las sombras que avanzan en la tarde, como siempre sucede en la pintura de Giorgio de Chirico, y en la de Hopper. Universo en calma, sí, y a la vez ¡tan inquietante!
Javier Rubio Nomblot
Fragmentos del texto de la Exposición “arquitectura / natura”
En sus dos libros clásicos, Arte e ilusión (1960) y El sentido del orden (1979), Ernst Gombrich habló de unos “modelos mínimos”, esquemas o “patrones del orden” que los humanos tendemos intuitivamente a percibir –podríamos decir también que a buscar o imaginar- en la naturaleza… la geometría humaniza el mundo, es portadora de sentido; es la señal de que existe algo más, allá de un devenir caótico...
María Luisa de Mendoza mira hacia lo alto y en el perfil de la ciudad encuentra ciertas fracturas, ambigüedades, fenómenos que son igualmente extraordinarios precisamente porque lo geométrico nunca es neutro e inofensivo. La geometría está inscrita en el corazón de la forma –ya sea orgánica o inorgánica-, determina su desarrollo y actúa sobre el espectador: no sólo buscamos el orden, sino que éste nos modela a nosotros. Todo cuadro es composición y en toda composición hay una parte de la estructura íntima de todas las cosas...
N. Tribaldos González
Colección Artística del Ayuntamiento de Badajoz
La obra de María Luisa de Mendoza destaca por su concepción volumétrica, superficies lisas, sedosas y una limpieza pictórica que aportan rotundidad a esta creación personal de cierto trasfondo metafísico o surrealista. Aunque realiza un tratamiento lumínico intenso, todo lo demás en el cuadro se aleja de cualquier referencia cotidiana. Toda la obra llama la atención por la nitidez compositiva, la limpieza de sus cielos, la desnudez predominante en el espacio y la sensación de vacío que se experimenta con su observación.
María Luisa de Mendoza
Explicación sobre mi obra
Soy una artista que pinta la ciudad, pero ninguna en concreto; de todas tengo recuerdos y una experiencia como espectadora. En mis cuadros, cada rincón, puede pertenecer a cualquier lugar del mundo; no tiene signos de identidad que los sitúe en ningún lugar concreto. Esto los hace más universales.
Me gusta la arquitectura, pero no pretendo pintar simplemente arquitecturas; esa no es la idea, intento ir más allá. Busco la esencia, transmitir sensaciones y transportar al espectador a rincones perdidos del alma. Es como un viaje a lo espiritual.
Pinto la ciudad de todos y siempre mirando curiosa hacia arriba y allí encuentro esas escalerillas típicas de las azoteas que suben a algún lugar enigmático, antenas, chimeneas humeantes… coronando la ciudad, tan solitarios, tan ajenas al mundo y a todo lo que pasa ahí abajo. Porque abajo, todo cambia y se transforma con la misma rapidez que caminamos siempre con prisas. Arriba sin embargo, el tiempo se detiene y esto me produce una sensación de sosiego muy agradable.
Lo que intento es transmitir al espectador otro aspecto menos realista de la ciudad, más íntimo, más poético, en definitiva más metafísico.
Conocí la obra de Hopper hace muchos años en una exposición en la Fundación Juan March; eso marcó el principio de mi trabajo; más tarde sentí una gran admiración por los pintores metafísicos (Chirico, Carrá, Tanguy,...). Creo que es obvia esta influencia cuando se conoce mi obra. El realismo ya no me interesa como tal. Yo busco algo más, una nueva manera de ver y sentir la ciudad e indagar en su significado íntimo.
Respecto al color, trabajo por planos; cada uno de ellos es como un cuadro abstracto de numerosos matices, a veces casi imperceptibles. Pero no es exactamente el color lo que más me preocupa en mis obras sino la luz. En mi “Ciudad Interior” la luz juega un papel importante y es la que dirige todo el proceso: primero planteo el cielo (de donde viene la luz y de que forma) y el resto de la obra viene determinado por ella.